Sigo con
preocupación las noticias sobre las maniobras de la empresa Nissan en Cataluña.
Mi amiga Mercé Andrés Daina, ex trabajadora de Nissan, cuelga muchas notas
sobre el tema en FB, y recientemente tanto Isidor Boix como Javier Pacheco han
dado voz a propuestas para una alternativa que permitiría mantener tanto los
puestos de trabajo como las perspectivas de beneficios en las factorías catalanas.
Hasta cuándo, no es
posible decirlo. Los interrogantes sobre el sector del automóvil y la
competencia feroz entre grupos multinacionales que aspiran a situaciones de
cuasi monopolio desestabilizan todo el tablero. Yo soy jugador de ajedrez, no
de póquer. La diferencia entre un juego y el otro es que en el primero todas
las piezas están a la vista, y uno puede establecer estrategias a partir de una
posición determinada; en el otro caso, las cartas de los rivales están ocultas y todo es
más bien cuestión de psicología y de adivinación.
Sigue considerándose
la estrategia empresarial como una cuestión enteramente privada: uno concurre al
mercado, maneja sus opciones y obtiene unos resultados.
Se trata de una
mentira interesada. Nada ocurre así en la realidad. Las leyes del mercado no
son inmutables, estamos en el soft-power,
en los acuerdos detrás de las bambalinas que ningunean y se desentienden de
las leyes nacionales e internacionales, y establecen su propio “reglamento” de juego
para la ocasión. El acuerdo que será posible ─si lo es─ alcanzar en
Nissan-Cataluña para el día 28 próximo, solo servirá hasta el próximo reparto
de cartas con las que jugar la siguiente baza.
Si no acertamos a poner
un remedio más consistente.
Pero para poner ese
remedio será preciso que gobiernos, organismos financieros e instituciones
políticas y jurídicas internacionales endurezcan las reglas del juego e
impriman un sesgo distinto a la racionalidad de las normas imperativas, al hard-power.
Ese poder normativo
debería tender a privilegiar la utilidad social del trabajo por delante del
beneficio privado; a desplazar el PIB como medida de todas las cosas en
economía; a castigar de forma ejemplar un tipo de emprendimiento que no crea
valor sino que extrae valor de una fuerza de trabajo superexplotada, empujándola
a la precariedad y a la miseria.
Acabo de leer un polar de Dominique Manotti, Racket (Gallimard 2018. No hay hasta el
momento versión española.) Según la autora, la trama se inspira libremente en
el affaire Alstom (2013-2015). «La
estructura narrativa de la novela está construida a partir de los mecanismos
utilizados en la “vida real” por una gran empresa americana (General Electric)
para absorber a una sociedad francesa (Alstom)», dice en un Avertissement colocado antes del prólogo
para señalar que todos los personajes que aparecen son de ficción.
Los mecanismos en
cuestión incluyen un chantaje inicial al director general de la “imaginaria”
empresa francesa, ciertas decisiones de la Justicia americana sin aparente
relación con la política económica de la Administración, algunos sobornos
millonarios, movimientos solapados del FBI y de la CIA en dirección a los eslabones
más débiles de la cadena de mando de la empresa francesa, la indestructible
amistad y cooperación leal de una diplomacia francesa que no se entera de nada
porque no desea enterarse, dos o tres jubilaciones anticipadas más o menos
forzosas pero bien remuneradas de los altos cargos franceses más renuentes, algunos
rumores fake aireados en los medios sobre las
finanzas de la empresa francesa para empujar a la baja sus acciones, y unos cuantos
asesinatos a cargo de sicarios bien pagados para evitar que gargantas profundas
se vayan de la lengua.
Dominique Manotti
ha sido sindicalista y militante del Partido Comunista Francés, antes de
dedicarse a la literatura negra; este es ese tipo de detalles que los medios suelen
omitir en la biografía de los artistas y literatos.
El mundo que
describe Manotti es aquel en el que vivimos, y ella lo conoce de primera mano.