lunes, 25 de mayo de 2020

ESTE GOBIERNO NO APOYA EL TOREO



El Cholo Simeone conduciendo el diálogo social (Foto, Marca).



Roca Rey, que al parecer es un diestro peruano, reclama ayudas del gobierno y se queja de que «no apoya el toreo». La frase puede tener varios niveles semánticos. En cualquier caso, no, este gobierno no va por ahí, no va a apoyar toreos de ninguna clase.

Cierro capítulo, y me centro en el diálogo social, tema de moda desde que la CEOE lo ha interrumpido con base en la presuposición ─no fundamentada─ de que el gobierno la está toreando.

La CEOE, alegan algunos amigos, no se quejó cuando Mariano Rajoy decretó una reforma laboral sin consultar a los agentes sociales. ¿Por qué entonces se queja ahora?

Tuvo sus razones entonces, y las tiene también ahora. Rajoy dinamitó el diálogo social. Dijo alto y claro que era innecesario. Y al mismo tiempo quitó al gobierno de en medio. En el esquema planteado en 2012, cuando ya los bancos habían sido rescatados y el país había añadido a la Constitución una nueva cláusula según la cual las cuentas públicas no podían presentar déficit de ninguna clase, los empresarios recibieron gratis un paquete de facultades discrecionales que se suponía que les ayudarían a generar empleo; y los trabajadores vieron cómo se iban por el desagüe derechos adquiridos, a cambio de la promesa de un maná de abundancia de empleo-sin-derechos que supuestamente iba a caer del cielo.

Fue un pase de magia propio de un aprendiz de brujo, y sin embargo estuvo avalado por las troikas que dirigen los destinos de la aldea global sin que nadie les haya mandatado para ello. Fue el prólogo al desastre más descomunal en la historia de la humanidad desde que Hitler invadió Polonia. Quienes siguen empeñados en que los males actuales provienen de un miserable virus, deberían incluir en su ecuación la gran dejación de sus responsabilidades por parte de los gobiernos, y los terribles resultados de una política darwinista consistente en dejar manos libres a los empresarios y atarlas a los sindicatos.

Ahora nos enfrentamos a toda clase de alarmas y emergencias en relación con un virus cuyas características letales están muy por debajo del nivel alcanzado por la ciencia médica y por la tecnología farmacéutica. Ocurre simplemente que esa alta eficiencia médico-sanitaria fue reservada cuidadosamente para quienes podían pagarla. La sanidad en su conjunto se precarizó, desde la suposición de que la salud de los ricos contaba con un nivel suficiente de protección por más que los mindundis se vieran abocados a toda clase de dolencias y plagas.

Sin tener en cuenta que, en el mundo de hoy, todo se interrelaciona; que nos salvamos y nos hundimos en bloque, y no hay paraísos privados libres de contagio para las personas, por mucho que los haya para los capitales financieros.

El Estado deudor dimitió de sus responsabilidades en relación con sus ciudadanos; el mismo concepto de “ciudadano” fue puesto en cuestión, en su acepción de sujeto de derechos y de obligaciones respecto de la cosa pública, del común. Porque lo público y lo común fueron valores que se arrumbó y se depreció a la categoría de entelequias obsoletas.

En la actual situación de balance y cuenta nueva, el diálogo social vuelve a ponerse en marcha, con reticencias importantes pero con un nuevo impulso por parte del gobierno.

El gobierno está ofreciendo a las patronales apoyo concreto, no para el "toreo" sino para la “reconstrucción” (si la tarea que tenemos por delante se quiere definir así) de la economía, o más exactamente para su reconducción desde criterios más sostenibles, más colectivos, más solidarios. Las patronales son sensibles a ese planteamiento, en principio. Con excelentes razones para ello: de pronto se han dado cuenta de que la fuerza de trabajo no es abstracta, está hecha de personas de carne y hueso; y no es fungible, sustituible e intercambiable a voluntad.

Ha habido por en medio experiencias límite: la fuerza de trabajo sencillamente se contagiaba y se moría, y la producción no podía continuar al ritmo previsto. Aunque pudiera, tampoco lo haría porque también los consumidores, del mismo modo que los productores, se contagiaban y se morían. Lo han tenido que asumir Boris Johnson, Donald Trump y Jair Bolsonaro. No lo ha asumido aún Isabel Díaz Ayuso, pero sus fantasías húmedas no le servirán de nada como haya un repunte. En los valles bergamascos, la orden de mantener a toda costa las fábricas abiertas desembocó en una extraña procesión nocturna de setenta camiones que se llevaban a otros lugares los cadáveres que ya no cabían en los cementerios y los crematorios abarrotados de la región.

Hay que ir al diálogo social, entonces, con presencia de los llamados agentes sociales y del gobierno, porque si el gobierno no está, o se limita a hacer de guardián del tráfico, será imposible avanzar. Menos mal que tenemos ahí a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, a Yolanda Díaz y a María Jesús Montero, y no sigo enumerando; imagínense en su lugar a Casado y Abascal, a Rajoy y Fátima Báñez. No hace falta mucha imaginación; ya han estado ahí.

Hay que ir al diálogo social sin telarañas en la cabeza, sin postureo, sin toreo ni de salón ni del otro, con la clara conciencia de que solo si todos ganamos algo, y todos evitamos perder lo esencial, podremos escapar de esta trampa puesta por una naturaleza maltratada, y estaremos en mejores condiciones para no vernos atrapados en la siguiente trampa que sin duda aparecerá.

En el horizonte se dibuja ─tal vez─ un nuevo Estatuto de los Trabajadores. Deberíamos avanzar hacia él procurando no poner el carro delante de los bueyes. Teniendo muy presente el librillo del Cholo Simeone: partido a partido es como se ganan los campeonatos.