El Cholo Simeone conduciendo el
diálogo social (Foto, Marca).
Roca Rey, que al
parecer es un diestro peruano, reclama ayudas del gobierno y se queja de que
«no apoya el toreo». La frase puede tener varios niveles semánticos. En
cualquier caso, no, este gobierno no va por ahí, no va a apoyar toreos de
ninguna clase.
Cierro capítulo, y
me centro en el diálogo social, tema de moda desde que la CEOE lo ha interrumpido
con base en la presuposición ─no fundamentada─ de que el gobierno la está
toreando.
La CEOE, alegan
algunos amigos, no se quejó cuando Mariano Rajoy decretó una reforma laboral
sin consultar a los agentes sociales. ¿Por qué entonces se queja ahora?
Tuvo sus razones
entonces, y las tiene también ahora. Rajoy dinamitó el diálogo social. Dijo
alto y claro que era innecesario. Y al mismo tiempo quitó al gobierno de en
medio. En el esquema planteado en 2012, cuando ya los bancos habían sido
rescatados y el país había añadido a la Constitución una nueva cláusula según
la cual las cuentas públicas no podían presentar déficit de ninguna clase, los
empresarios recibieron gratis un paquete de facultades discrecionales que se
suponía que les ayudarían a generar empleo; y los trabajadores vieron cómo se
iban por el desagüe derechos adquiridos, a cambio de la promesa de un maná de abundancia
de empleo-sin-derechos que supuestamente iba a caer del cielo.
Fue un pase de magia
propio de un aprendiz de brujo, y sin embargo estuvo avalado por las troikas
que dirigen los destinos de la aldea global sin que nadie les haya mandatado para
ello. Fue el prólogo al desastre más descomunal en la historia de la humanidad desde
que Hitler invadió Polonia. Quienes siguen empeñados en que los males actuales
provienen de un miserable virus, deberían incluir en su ecuación la gran dejación
de sus responsabilidades por parte de los gobiernos, y los terribles resultados
de una política darwinista consistente en dejar manos libres a los empresarios
y atarlas a los sindicatos.
Ahora nos enfrentamos
a toda clase de alarmas y emergencias en relación con un virus cuyas
características letales están muy por debajo del nivel alcanzado por la ciencia
médica y por la tecnología farmacéutica. Ocurre simplemente que esa alta
eficiencia médico-sanitaria fue reservada cuidadosamente para quienes podían
pagarla. La sanidad en su conjunto se precarizó, desde la suposición de que la salud de los ricos contaba con un nivel suficiente de protección por más que los
mindundis se vieran abocados a toda clase de dolencias y plagas.
Sin tener en cuenta
que, en el mundo de hoy, todo se interrelaciona; que nos salvamos y nos
hundimos en bloque, y no hay paraísos privados libres de contagio para las
personas, por mucho que los haya para los capitales financieros.
El Estado deudor
dimitió de sus responsabilidades en relación con sus ciudadanos; el mismo
concepto de “ciudadano” fue puesto en cuestión, en su acepción de sujeto de
derechos y de obligaciones respecto de la cosa pública, del común. Porque lo
público y lo común fueron valores que se arrumbó y se depreció a la categoría de entelequias
obsoletas.
En la actual situación de
balance y cuenta nueva, el diálogo social vuelve a ponerse en marcha, con
reticencias importantes pero con un nuevo impulso por parte del gobierno.
El gobierno está
ofreciendo a las patronales apoyo concreto, no para el "toreo" sino para la “reconstrucción”
(si la tarea que tenemos por delante se quiere definir así) de la economía, o más exactamente para su reconducción desde criterios más sostenibles, más colectivos, más
solidarios. Las patronales son sensibles a ese planteamiento, en principio. Con
excelentes razones para ello: de pronto se han dado cuenta de que la fuerza de
trabajo no es abstracta, está hecha de personas de carne y hueso; y no es fungible,
sustituible e intercambiable a voluntad.
Ha habido por en
medio experiencias límite: la fuerza de trabajo sencillamente se contagiaba y
se moría, y la producción no podía continuar al ritmo previsto. Aunque pudiera,
tampoco lo haría porque también los consumidores, del mismo modo que los
productores, se contagiaban y se morían. Lo han tenido que asumir Boris
Johnson, Donald Trump y Jair Bolsonaro. No lo ha asumido aún Isabel Díaz Ayuso,
pero sus fantasías húmedas no le servirán de nada como haya un repunte. En los
valles bergamascos, la orden de mantener a toda costa las fábricas abiertas
desembocó en una extraña procesión nocturna de setenta camiones que se llevaban
a otros lugares los cadáveres que ya no cabían en los cementerios y los
crematorios abarrotados de la región.
Hay que ir al
diálogo social, entonces, con presencia de los llamados agentes sociales y del
gobierno, porque si el gobierno no está, o se limita a hacer de guardián del
tráfico, será imposible avanzar. Menos mal que tenemos ahí a Pedro Sánchez y a Pablo
Iglesias, a Yolanda Díaz y a María Jesús Montero, y no sigo enumerando;
imagínense en su lugar a Casado y Abascal, a Rajoy y Fátima Báñez. No hace
falta mucha imaginación; ya han estado ahí.
Hay que ir al
diálogo social sin telarañas en la cabeza, sin postureo, sin toreo ni de salón
ni del otro, con la clara conciencia de que solo si todos ganamos algo, y todos
evitamos perder lo esencial, podremos escapar de esta trampa puesta por una
naturaleza maltratada, y estaremos en mejores condiciones para no vernos
atrapados en la siguiente trampa que sin duda aparecerá.
En el horizonte se
dibuja ─tal vez─ un nuevo Estatuto de los Trabajadores. Deberíamos avanzar
hacia él procurando no poner el carro delante de los bueyes. Teniendo muy
presente el librillo del Cholo Simeone: partido a partido es como se ganan los
campeonatos.