domingo, 24 de mayo de 2020

CONTAR EL PASO DEL TIEMPO



Afrodita jugando con Eros, estatuilla del 300/275 a. de JC.


No cambia el escenario, es siempre una mansión junto a la playa, en las Hébridas, delante de una isla en la que se levanta un faro. En la primera parte, la casa está ocupada por una familia amplia que veranea en ella, los Ramsay. La madre ─figura central─ es una mujer hermosa, imperiosa de una manera dulce, previsora, práctica; el padre, un sabio, resulta patético por su continua exigencia de muestras de afecto como vía de autoafirmación; les acompañan ocho hijos, en edades críticas entre la post adolescencia y la niñez. Hay además varios invitados de nota (literatos, artistas, un parlamentario), y, por supuesto, el servicio. Se planea una excursión al faro para el día siguiente, pero los pronósticos meteorológicos son pesimistas. Mrs Ramsay dirige la preparación de una cena historiada, boeuf en daube, y espera que esa misma noche su hijo dé la noticia de su compromiso matrimonial con una muchacha que le conviene.

La excursión al faro se realiza por fin, en la tercera parte del libro. Han transcurrido por en medio, no una noche, sino diez años. Ha habido una guerra, varias muertes en la familia, cambios sísmicos en las vivencias y en las expectativas de los personajes retratados. Lily Briscoe, la artista aficionada, había empezado diez años atrás una pintura en la que se veían el jardín, el seto, un árbol, el mar, el faro al fondo. Fue un intento fallido, y durante la cena estuvo pensando que debía correr el árbol hacia el centro de la composición, para equilibrar las masas y hacer desaparecer un incómodo espacio desprovisto de interés pictórico, a un lado. Recuerda por la mañana aquella idea antigua y toma asiento delante del caballete con un lienzo en blanco. Contempla el faro y medita durante un momento incierto sobre su trabajo: por dónde empezará, cómo expresará lo que desea transmitir. «La gran revelación no había llegado. La gran revelación tal vez no iba a llegar nunca. En su lugar había pequeños milagros cotidianos, iluminaciones, centelleos que penetraban de forma inesperada en la oscuridad; este era uno de ellos.»

Entre las dos partes del libro, los diez años transcurridos se resumen en una sección de pocas páginas, bajo el título «Time passes», el tiempo pasa. No hay personajes, salvo en algunas brevísimas acotaciones entre corchetes. La casa está vacía, el jardín descuidado, hay hormigas, una plaga de ratas, la naturaleza ocupa el espacio antes habitado con su característica insensibilidad hacia los humanos. Las bombas estallan muy lejos, en el frente de batalla. Aquí los rayos de luz del faro siguen penetrando a un ritmo isócrono por las ventanas de la casa deshabitada, y barren con sus ráfagas los muebles polvorientos que se desvencijan poco a poco.

Estoy hablando de “Al faro” (To the Lighthouse), la quinta novela en orden cronológico de Virginia Woolf, mi preferida. La estoy releyendo estos días de confinamiento, con tanto tiempo a mi disposición. Contiene lecciones que escapan de las páginas del libro, de la anécdota mínima en la que se apoyan. El tiempo, el paso imperceptible del tiempo, es el gran protagonista oculto de la narración, ese criminal improbable que los sabuesos de Scotland Yard buscan sin descanso desde el primer capítulo de las novelas policíacas.

La misma idea de los efectos del paso del tiempo se ha desarrollado en literatura mil veces, con mayor o menor fortuna. Todo empezó, seguramente, con la Odisea. Pero se trata de una historia que nunca se acaba de contar. Vemos, por ejemplo, la figura que encabeza estas líneas, y nos recorre un escalofrío: si una imagen es siempre idéntica a sí misma, el tiempo que transcurre y los ojos que la contemplan en cada momento la modifican de forma imperceptible pero continua, crean para cada ocasión una nueva imagen dotada de un aura propia.

De estas cosas hablábamos ayer tres amigos, en un chat de facebook. Heráclito dijo que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. Tampoco podemos ver dos veces la misma imagen: el sustrato será idéntico, pero la percepción habrá cambiado sutilmente los significados.