Maurizio Landini
Esta es la conclusión de la
conferencia de Aldo Bonomi a la que este blog viene dedicando su espacio. Para
las dos primeras partes, ver respectivamente http://vamosapollas.blogspot.com/2020/05/aldo-bonomi-politica-y-sindicato-i.html,
y http://vamosapollas.blogspot.com/2020/05/aldo-bonomi-sindicato-y-politica-ii.html.
La otra parte del razonamiento es la siguiente:
además de volver al territorio, es necesario volver a la comunidad, pero a la
comunidad de los tiempos modernos. Hago aquí una previa: utilizar las palabras
«comunidad» y «territorio» es una operación complicada, porque no es decir
sencillamente que la estatalidad ya no funciona, y tampoco funciona ya el
concepto de nación, por más que desde los primeros años del siglo XX se hayan
cometido en nombre de la nación fechorías de todos los colores.
Es que, a lo largo del siglo XX, también en nombre
de la comunidad y del territorio se han cometido fechorías de todos los
colores. El Holocausto, por ejemplo, remite a un concepto muy preciso de
comunidad y de territorio. Por consiguiente, cuando digo «volvamos a la
comunidad y al territorio», es muy necesario tomar la frase con pinzas. El
término «comunidad», en este sentido, lo utilizo tal como lo hace también la
filosofía de la hipermodernidad, es decir como ausencia, como algo que nos
falta. Es decir, como la posibilidad de la que hablaba Riccardo Terzi para
advertir que nos falta el mecanismo de la construcción y el mantenimiento de la
relación social. De ahí que necesariamente nos estemos refiriendo a la
comunidad ausente, a la «comunidad que viene» como decía Agamben, o al «deseo
de comunidad» como dice Bauman. El sindicato, así pues, debe volver a entender
el deseo de comunidad.
Ese deseo de comunidad remite sin embargo a tres
tipologías de comunidad: la comunidad del rencor, la comunidad de los cuidados
y la comunidad operante.
La primera nos enseña que no es verdad que sea buena
toda comunidad. Existen procesos (en gran medida alimentados por los populismos)
que incentivan lo que he llamado comunidad del rencor, y el sindicato debe
enfrentarse a ellos. La comunidad del rencor ha sido menos rencorosa en estos
años con el “maronismo” [de Roberto
Maroni, líder de la Liga Lombarda, ministro de Berlusconi y presidente de la
Región Lombardía en 2013-18], pero con el “salvinismo” se ha convertido en
un auténtico problema, y un problema nacional por añadidura. La comunidad del
rencor es la que se encierra en sí misma contra el “otro”, contra el diferente.
En este sentido, recuerdo los tiempos en que con Terzi hicimos investigaciones
sobre el liguismo en las fábricas, y había obreros que nos decían: «ojo, yo
estoy en la CGIL porque me interesa defender mis derechos, pero políticamente
apoyo a la Liga.»
De modo que hacer comunidad es trabajar desde la
proximidad, estar en el territorio, y significa también tener la fuerza de
entender que la comunidad rencorosa se forma a partir de los miedos. Miedos
reales, pero que persiguen un objetivo equivocado, porque el miedo no es a la
invasión o al migrante, sino miedo a la crisis, a las dificultades, al futuro,
etc.
Frente a la comunidad del rencor, es necesario tener
la capacidad de producir comunidad de cuidados. Y pienso que el sindicato es
una pieza fundamental en la construcción de la comunidad de cuidados. ¿Qué
entiendo por comunidad de cuidados, y en qué afecta al sindicato? Sin duda la
comunidad de cuidados está hecha, en parte, de cosas que me gustan mucho:
asociacionismo, voluntariado… La comunidad de cuidados la componen todas las
profesiones que vienen del welfare del
siglo XX y que debemos defender porque generan cohesión social. La cuestión de
la escuela, por ejemplo, no es un tema secundario, porque ese es un lugar
productor de comunidad. Lo mismo puede decirse del médico, del asistente
social, del psicólogo, de quien trata problemas sociales… y del welfare que los incluye a todos.
Tengo para mí que también el sindicato es una pieza
de la comunidad de cuidados en el territorio, y por eso importa que reconstruya
los socorros mutuos adecuados a nuestro tiempo y se implique en procesos de
este tipo. Por ejemplo, ¿en qué medida el tema de los 16 millones de pobres existentes
en esta crisis es un asunto que interesa al sindicato? ¿Es justo dejarlo todo en
manos de Cáritas o del papa? Comunidad de cuidados significa eso. No significa
solo defender a los afiliados, sino que significa convertir al sindicato en una
pieza fundamental de la comunidad de cuidados. En consecuencia, desde determinado
punto de vista implica también desmontar los tubos del órgano, y
horizontalizarse.
Por otro lado, el sindicato tiene que tener
capacidad de representación en la plataforma productiva hipermoderna, captar
todas sus contradicciones y sus insuficiencias sociales. Y eso es posible si se
empieza a razonar sobre un modelo de «comunidad operante» íntimamente imbricada
en el modelo de desarrollo que se quiere plantear. Si no es así, si las cosas
se mantienen en los términos actuales, el sindicato únicamente podrá gestionar
los residuos desechados en la gran batalla de la transformación. Por tanto, será
preciso abarcar en perspectiva toda la dimensión del modelo de desarrollo.
Desde mi punto de vista, la cosa más reformista que me veo capaz de anticipar
es conseguir que el capitalismo incorpore el concepto de «límite», y creer en
la importancia de luchar para que esa incorporación sea real. Para empezar, el
«límite» significa la forma de las relaciones salariales, pero no es solo eso.
También es adoptar un modelo de desarrollo, y por tanto un proceso a largo
plazo y portador de grandes metamorfosis, en dirección a lo que se ha
denominado green economy, la economía
verde.
Dentro de esta nueva economía surge de nuevo la
dimensión del territorio, el desarrollo local, los sujetos económicos que
cambian, de modo que cambia a la vez la producción social de esos sujetos. Por
ese camino retornan cuestiones muy queridas por nosotros ya desde finales del
siglo XX: las temáticas ambientales y las temáticas de género. El sindicato debe,
por consiguiente, razonar sobre el modelo de desarrollo venidero y gestionar,
en el seno de la globalización, los grandes procesos de transformación.
Sin embargo, ahora que os conozco, no me preocuparía
demasiado por esa cuestión. Al escucharos he captado una gran riqueza de
saberes sociales, de saberes territoriales y de competencias que son el
auténtico patrimonio del sindicato. La dimensión política del sindicato está en
sus conocimientos técnicos, científicos y territoriales.
Esta es la primera dimensión política de la que
partiría, porque “eso” es política. Habéis utilizado dos palabras clave: visión
y transformación. Y una visión, es necesario tenerla. Hacer sindicato no
significa elaborar nada más los tecnicismos de la contratación colectiva, sino
tener una visión del mundo, como la teníamos en el siglo XX, en el fordismo. Mi
visión es la de la green economy, es
decir un capitalismo que incorpora el concepto de límite. También llevo dentro
de mí la visión de la revolución, pero hoy por hoy lo que deseo es esto: una
visión, inmersa en las relaciones sociales. En este sentido, hacer sindicalismo
quiere decir tener una visión para cambiar el estado presente de las cosas en
todos los mecanismos contractuales y del welfare.
Y tengo la impresión de que en la cuestión de la visión todos hemos de
colaborar un poco, porque de otro modo corremos el peligro de asumir de una forma
acrítica la visión de los otros, la de los flujos para entendernos. O bien
corremos el riesgo de razonar del modo siguiente: «yo soy políticamente
neutral, y llevaré mis reivindicaciones ante quien sea: Renzi, Monti, Letta…»
Pero un proceso de este tipo nunca es neutral. Por
consiguiente es necesaria una visión, o mejor dicho un concepto de
transformación. Es necesaria una concepción acerca de lo que es hoy el
capitalismo de las redes, del
problema de las comunicaciones, porque tiene relación con el problema de la
calidad de vida de quienes las utilizan.
El problema está en la contraposición entre hard-power y soft-power. Yo creo que el sindicato es un constructor de soft-power social, en la medida en que
ese soft-power social exista
realmente. Si no existe, la palabra «poder» es completamente inútil. En
consecuencia, el problema es cómo se construye el soft-power social al que todos os habéis referido, es decir cómo se
construye la dimensión social. El sindicato debe convertirse en un vector
social, pero ¿cómo se construye un vector social? Frente a una modernización
técnico-productiva que viene de arriba, necesitamos construir el vector social
desde abajo. Es obvio que todas estas bellas declaraciones se basan en dos
razonamientos que habéis hecho vosotros: ¿cómo conseguir que os siga el pueblo,
el pueblo organizado, por supuesto? Descontadas todas las discusiones posibles
sobre la complejidad organizativa, queda en pie un hecho: el pueblo solo os
seguirá si tenéis una visión real de ese pueblo que debe avanzar hacia
vosotros.
La provocación de Landini me gusta porque aporta
algunas cosas emblemáticas. Faltan muchas otras, porque menciona a Don Ciotti [Don Pio Luigi Ciotti, sacerdote y activista
italiano, fundador de una Asociación Libre contra las mafias], a Emergency
y otras realidades, pero el problema no se resuelve reuniéndolos a todos ellos.
Sin embargo, apelar a ellos viene a ser una forma de metáfora.
El problema no es la relación entre el sindicato y
el Partido Democrático, yo empezaría
por preocuparme de la relación entre el sindicato y la Unión de cooperativas,
que me parece una relación que es fundamental rediscutir. Porque conviene tener
en cuenta cómo, en el discurrir del ciclo de la logística, os encontráis a
veces con cooperativas que son exactamente lo contrario del espíritu
cooperativista. Y además, ¿dónde ha acabado el compromiso respecto al problema
de la vivienda?
Así pues, si Don Ciotti es una metáfora, me parece
bien; si Emergency es una metáfora, me parece bien también; pero el verdadero
problema es cómo se construye el nuevo pueblo. Porque, si es posible resolver
con más o menos apuros el problema de la fábrica, lo cierto es que aparecen
siervos de la gleba y nuevos esclavos, y es necesario ocuparse también de
ellos. Así pues, si la provocación de Landini significa abrirse a un terreno
social en el que moverse, yo estoy de acuerdo.
Queda luego todo el discurso de los trabajadores del
conocimiento, que remite al sector terciario, donde no todo se puede reducir al
trabajo normado y asalariado, las cosas ya no son así.
Y para abordar ese mundo, yo propondría empezar de
nuevo a utilizar el viejo método del fordismo. Porque en el fordismo, para
entender lo que estaba sucediendo, se empezó por realizar una encuesta sobre la
fábrica y el ciclo productivo. Hoy, si la fábrica es el territorio como
metáfora, es preciso recomenzar la tarea con una encuesta territorial a partir
de la cual rediseñar los tubos del órgano, no en función burocrática sino en
función de la fábrica territorial inmersa en los flujos. Flujos que no son
todos iguales, es necesario analizarlos con atención, captar las dinámicas en
un cuadro siempre más amplio. Y además es preciso entender que, en la
contradicción entre flujos y lugares, hay que colocarse decididamente en medio,
y que el sindicato es un sujeto intermedio fundamental. Y si me preguntáis si
eso significa hacer política, mi respuesta es que sí: eso significa hacer
política.