viernes, 8 de mayo de 2020

ALDO BONOMI. POLÍTICA Y SINDICATO (y III)


Maurizio Landini


Esta es la conclusión de la conferencia de Aldo Bonomi a la que este blog viene dedicando su espacio. Para las dos primeras partes, ver respectivamente http://vamosapollas.blogspot.com/2020/05/aldo-bonomi-politica-y-sindicato-i.html, y http://vamosapollas.blogspot.com/2020/05/aldo-bonomi-sindicato-y-politica-ii.html.


La otra parte del razonamiento es la siguiente: además de volver al territorio, es necesario volver a la comunidad, pero a la comunidad de los tiempos modernos. Hago aquí una previa: utilizar las palabras «comunidad» y «territorio» es una operación complicada, porque no es decir sencillamente que la estatalidad ya no funciona, y tampoco funciona ya el concepto de nación, por más que desde los primeros años del siglo XX se hayan cometido en nombre de la nación fechorías de todos los colores.

Es que, a lo largo del siglo XX, también en nombre de la comunidad y del territorio se han cometido fechorías de todos los colores. El Holocausto, por ejemplo, remite a un concepto muy preciso de comunidad y de territorio. Por consiguiente, cuando digo «volvamos a la comunidad y al territorio», es muy necesario tomar la frase con pinzas. El término «comunidad», en este sentido, lo utilizo tal como lo hace también la filosofía de la hipermodernidad, es decir como ausencia, como algo que nos falta. Es decir, como la posibilidad de la que hablaba Riccardo Terzi para advertir que nos falta el mecanismo de la construcción y el mantenimiento de la relación social. De ahí que necesariamente nos estemos refiriendo a la comunidad ausente, a la «comunidad que viene» como decía Agamben, o al «deseo de comunidad» como dice Bauman. El sindicato, así pues, debe volver a entender el deseo de comunidad.

Ese deseo de comunidad remite sin embargo a tres tipologías de comunidad: la comunidad del rencor, la comunidad de los cuidados y la comunidad operante.

La primera nos enseña que no es verdad que sea buena toda comunidad. Existen procesos (en gran medida alimentados por los populismos) que incentivan lo que he llamado comunidad del rencor, y el sindicato debe enfrentarse a ellos. La comunidad del rencor ha sido menos rencorosa en estos años con el “maronismo” [de Roberto Maroni, líder de la Liga Lombarda, ministro de Berlusconi y presidente de la Región Lombardía en 2013-18], pero con el “salvinismo” se ha convertido en un auténtico problema, y un problema nacional por añadidura. La comunidad del rencor es la que se encierra en sí misma contra el “otro”, contra el diferente. En este sentido, recuerdo los tiempos en que con Terzi hicimos investigaciones sobre el liguismo en las fábricas, y había obreros que nos decían: «ojo, yo estoy en la CGIL porque me interesa defender mis derechos, pero políticamente apoyo a la Liga.»

De modo que hacer comunidad es trabajar desde la proximidad, estar en el territorio, y significa también tener la fuerza de entender que la comunidad rencorosa se forma a partir de los miedos. Miedos reales, pero que persiguen un objetivo equivocado, porque el miedo no es a la invasión o al migrante, sino miedo a la crisis, a las dificultades, al futuro, etc.

Frente a la comunidad del rencor, es necesario tener la capacidad de producir comunidad de cuidados. Y pienso que el sindicato es una pieza fundamental en la construcción de la comunidad de cuidados. ¿Qué entiendo por comunidad de cuidados, y en qué afecta al sindicato? Sin duda la comunidad de cuidados está hecha, en parte, de cosas que me gustan mucho: asociacionismo, voluntariado… La comunidad de cuidados la componen todas las profesiones que vienen del welfare del siglo XX y que debemos defender porque generan cohesión social. La cuestión de la escuela, por ejemplo, no es un tema secundario, porque ese es un lugar productor de comunidad. Lo mismo puede decirse del médico, del asistente social, del psicólogo, de quien trata problemas sociales… y del welfare que los incluye a todos.

Tengo para mí que también el sindicato es una pieza de la comunidad de cuidados en el territorio, y por eso importa que reconstruya los socorros mutuos adecuados a nuestro tiempo y se implique en procesos de este tipo. Por ejemplo, ¿en qué medida el tema de los 16 millones de pobres existentes en esta crisis es un asunto que interesa al sindicato? ¿Es justo dejarlo todo en manos de Cáritas o del papa? Comunidad de cuidados significa eso. No significa solo defender a los afiliados, sino que significa convertir al sindicato en una pieza fundamental de la comunidad de cuidados. En consecuencia, desde determinado punto de vista implica también desmontar los tubos del órgano, y horizontalizarse.

Por otro lado, el sindicato tiene que tener capacidad de representación en la plataforma productiva hipermoderna, captar todas sus contradicciones y sus insuficiencias sociales. Y eso es posible si se empieza a razonar sobre un modelo de «comunidad operante» íntimamente imbricada en el modelo de desarrollo que se quiere plantear. Si no es así, si las cosas se mantienen en los términos actuales, el sindicato únicamente podrá gestionar los residuos desechados en la gran batalla de la transformación. Por tanto, será preciso abarcar en perspectiva toda la dimensión del modelo de desarrollo. Desde mi punto de vista, la cosa más reformista que me veo capaz de anticipar es conseguir que el capitalismo incorpore el concepto de «límite», y creer en la importancia de luchar para que esa incorporación sea real. Para empezar, el «límite» significa la forma de las relaciones salariales, pero no es solo eso. También es adoptar un modelo de desarrollo, y por tanto un proceso a largo plazo y portador de grandes metamorfosis, en dirección a lo que se ha denominado green economy, la economía verde.

Dentro de esta nueva economía surge de nuevo la dimensión del territorio, el desarrollo local, los sujetos económicos que cambian, de modo que cambia a la vez la producción social de esos sujetos. Por ese camino retornan cuestiones muy queridas por nosotros ya desde finales del siglo XX: las temáticas ambientales y las temáticas de género. El sindicato debe, por consiguiente, razonar sobre el modelo de desarrollo venidero y gestionar, en el seno de la globalización, los grandes procesos de transformación.

Sin embargo, ahora que os conozco, no me preocuparía demasiado por esa cuestión. Al escucharos he captado una gran riqueza de saberes sociales, de saberes territoriales y de competencias que son el auténtico patrimonio del sindicato. La dimensión política del sindicato está en sus conocimientos técnicos, científicos y territoriales.

Esta es la primera dimensión política de la que partiría, porque “eso” es política. Habéis utilizado dos palabras clave: visión y transformación. Y una visión, es necesario tenerla. Hacer sindicato no significa elaborar nada más los tecnicismos de la contratación colectiva, sino tener una visión del mundo, como la teníamos en el siglo XX, en el fordismo. Mi visión es la de la green economy, es decir un capitalismo que incorpora el concepto de límite. También llevo dentro de mí la visión de la revolución, pero hoy por hoy lo que deseo es esto: una visión, inmersa en las relaciones sociales. En este sentido, hacer sindicalismo quiere decir tener una visión para cambiar el estado presente de las cosas en todos los mecanismos contractuales y del welfare. Y tengo la impresión de que en la cuestión de la visión todos hemos de colaborar un poco, porque de otro modo corremos el peligro de asumir de una forma acrítica la visión de los otros, la de los flujos para entendernos. O bien corremos el riesgo de razonar del modo siguiente: «yo soy políticamente neutral, y llevaré mis reivindicaciones ante quien sea: Renzi, Monti, Letta…»

Pero un proceso de este tipo nunca es neutral. Por consiguiente es necesaria una visión, o mejor dicho un concepto de transformación. Es necesaria una concepción acerca de lo que es hoy el capitalismo de las redes, del problema de las comunicaciones, porque tiene relación con el problema de la calidad de vida de quienes las utilizan.

El problema está en la contraposición entre hard-power y soft-power. Yo creo que el sindicato es un constructor de soft-power social, en la medida en que ese soft-power social exista realmente. Si no existe, la palabra «poder» es completamente inútil. En consecuencia, el problema es cómo se construye el soft-power social al que todos os habéis referido, es decir cómo se construye la dimensión social. El sindicato debe convertirse en un vector social, pero ¿cómo se construye un vector social? Frente a una modernización técnico-productiva que viene de arriba, necesitamos construir el vector social desde abajo. Es obvio que todas estas bellas declaraciones se basan en dos razonamientos que habéis hecho vosotros: ¿cómo conseguir que os siga el pueblo, el pueblo organizado, por supuesto? Descontadas todas las discusiones posibles sobre la complejidad organizativa, queda en pie un hecho: el pueblo solo os seguirá si tenéis una visión real de ese pueblo que debe avanzar hacia vosotros.

La provocación de Landini me gusta porque aporta algunas cosas emblemáticas. Faltan muchas otras, porque menciona a Don Ciotti [Don Pio Luigi Ciotti, sacerdote y activista italiano, fundador de una Asociación Libre contra las mafias], a Emergency y otras realidades, pero el problema no se resuelve reuniéndolos a todos ellos. Sin embargo, apelar a ellos viene a ser una forma de metáfora.

El problema no es la relación entre el sindicato y el Partido Democrático, yo empezaría por preocuparme de la relación entre el sindicato y la Unión de cooperativas, que me parece una relación que es fundamental rediscutir. Porque conviene tener en cuenta cómo, en el discurrir del ciclo de la logística, os encontráis a veces con cooperativas que son exactamente lo contrario del espíritu cooperativista. Y además, ¿dónde ha acabado el compromiso respecto al problema de la vivienda?

Así pues, si Don Ciotti es una metáfora, me parece bien; si Emergency es una metáfora, me parece bien también; pero el verdadero problema es cómo se construye el nuevo pueblo. Porque, si es posible resolver con más o menos apuros el problema de la fábrica, lo cierto es que aparecen siervos de la gleba y nuevos esclavos, y es necesario ocuparse también de ellos. Así pues, si la provocación de Landini significa abrirse a un terreno social en el que moverse, yo estoy de acuerdo.

Queda luego todo el discurso de los trabajadores del conocimiento, que remite al sector terciario, donde no todo se puede reducir al trabajo normado y asalariado, las cosas ya no son así.

Y para abordar ese mundo, yo propondría empezar de nuevo a utilizar el viejo método del fordismo. Porque en el fordismo, para entender lo que estaba sucediendo, se empezó por realizar una encuesta sobre la fábrica y el ciclo productivo. Hoy, si la fábrica es el territorio como metáfora, es preciso recomenzar la tarea con una encuesta territorial a partir de la cual rediseñar los tubos del órgano, no en función burocrática sino en función de la fábrica territorial inmersa en los flujos. Flujos que no son todos iguales, es necesario analizarlos con atención, captar las dinámicas en un cuadro siempre más amplio. Y además es preciso entender que, en la contradicción entre flujos y lugares, hay que colocarse decididamente en medio, y que el sindicato es un sujeto intermedio fundamental. Y si me preguntáis si eso significa hacer política, mi respuesta es que sí: eso significa hacer política.