Mariano Rajoy, viñeta de
Peridis en El País.
Tomamos como punto
de partida el axioma de que Ayuso es tonta, pero en realidad eso no explica
nada. Para ser más precisos, no explica por qué alguien la ha elevado a esa
posición desde sus orígenes de mindundi, y le da alas para que diga
precisamente lo que dice.
En otras
circunstancias, la tontería obvia, perceptible a simple vista, de Ayuso se
intentaría disimular desde un perfil bajo en los medios de comunicación.
En otras
circunstancias. Es decir, en el caso de que el partido de Ayuso ocupara el
gobierno. Entonces no resultarían problemáticas las (in)competencias
autonómicas, ni se fomentarían sentimientos anticentralistas desde ningún
órgano de la prensa generosamente subvencionada. Al revés, la asunción de más y
más competencias por parte del gobierno central se vería como una tendencia
positiva, acorde con la racionalización de un Estado cuyo diseño último nos
mostrarían los expertos (así los políticamente concernidos como los a bodas convidados),
no ya como unitario, sino a más a más como unánime.
Es justamente la pérdida
de la centralidad de las derechas lo que ha comportado que desde algún cuartel
general se haya dado la orden de fuego graneado contra el gobierno progresista desde
las casamatas de las autonomías.
La autonomía
madrileña, que no era solo la más favorecida en el anterior esquema, sino la “única”
favorecida en tanto que doblaba su condición de “parte” con la capitalidad del “todo”,
encabeza lógicamente la rebelión. La encabeza desde su estilo peculiar y bien
conocido: la prepotencia, la chulería, el egoísmo autista, el pijocapitalismo,
el cacerolismo paumé de los petits matins.
¿Quién mejor que
Ayuso y su recurrente tendencia a meterse en todos los charcos, para encabezar
la revuelta descarada de los eternos ganadores empeñados en volver a lo más alto del podio una
vez más?
No importa lo que
diga Ayuso en cada nueva aparición, el “público” espectador no se fija en lo
que dice, sino en la imagen. La imagen es la deseada: joven, moderna,
vivaracha, lenguaraz, de ADN ganador.
Detrás de esta
exhibición bastante impúdica de una revuelta “neolibertaria” contra el Estado
central (no, en este caso, centralista), se esconde una vieja amiga de las
derechas, la antipolítica. Ya Franco había aconsejado a Foster Dulles ─la frase
se convirtió en su época en trending
topic─ que hiciera como él mismo y no se metiera nunca en política. Mariano
Rajoy resucitó con variantes novedosas aquel modo solipsista de hacer política
sin meterse en política: apoltronado en la columna del poder y con el puro en
la boca, fue retratado en muchas ocasiones por Peridis en actitud de observar
si aparecían brotes verdes en la economía. ¿Que no aparecían? “Otra vez será”,
se encogía de hombros Mariano “piel de elefante” como le llamó Angela Merkel.
Ahora la poltrona
ha cambiado impensadamente de inquilino, y todo se vuelven prisas. La consigna
es de fuego graneado contra la política, contra toda política, contra cualquier
política. Después de años de catatonía, es el momento de la hiperactividad. No
importan los costes.
Allá que nos vienen
de a montón, con todo y las cacerolas.