lunes, 18 de mayo de 2020

FUEGO GRANEADO DESDE LAS CASAMATAS AUTONÓMICAS



Mariano Rajoy, viñeta de Peridis en El País.



Tomamos como punto de partida el axioma de que Ayuso es tonta, pero en realidad eso no explica nada. Para ser más precisos, no explica por qué alguien la ha elevado a esa posición desde sus orígenes de mindundi, y le da alas para que diga precisamente lo que dice.

En otras circunstancias, la tontería obvia, perceptible a simple vista, de Ayuso se intentaría disimular desde un perfil bajo en los medios de comunicación.

En otras circunstancias. Es decir, en el caso de que el partido de Ayuso ocupara el gobierno. Entonces no resultarían problemáticas las (in)competencias autonómicas, ni se fomentarían sentimientos anticentralistas desde ningún órgano de la prensa generosamente subvencionada. Al revés, la asunción de más y más competencias por parte del gobierno central se vería como una tendencia positiva, acorde con la racionalización de un Estado cuyo diseño último nos mostrarían los expertos (así los políticamente concernidos como los a bodas convidados), no ya como unitario, sino a más a más como unánime.

Es justamente la pérdida de la centralidad de las derechas lo que ha comportado que desde algún cuartel general se haya dado la orden de fuego graneado contra el gobierno progresista desde las casamatas de las autonomías.

La autonomía madrileña, que no era solo la más favorecida en el anterior esquema, sino la “única” favorecida en tanto que doblaba su condición de “parte” con la capitalidad del “todo”, encabeza lógicamente la rebelión. La encabeza desde su estilo peculiar y bien conocido: la prepotencia, la chulería, el egoísmo autista, el pijocapitalismo, el cacerolismo paumé de los petits matins.

¿Quién mejor que Ayuso y su recurrente tendencia a meterse en todos los charcos, para encabezar la revuelta descarada de los eternos ganadores empeñados en volver a lo más alto del podio una vez más?

No importa lo que diga Ayuso en cada nueva aparición, el “público” espectador no se fija en lo que dice, sino en la imagen. La imagen es la deseada: joven, moderna, vivaracha, lenguaraz, de ADN ganador.

Detrás de esta exhibición bastante impúdica de una revuelta “neolibertaria” contra el Estado central (no, en este caso, centralista), se esconde una vieja amiga de las derechas, la antipolítica. Ya Franco había aconsejado a Foster Dulles ─la frase se convirtió en su época en trending topic─ que hiciera como él mismo y no se metiera nunca en política. Mariano Rajoy resucitó con variantes novedosas aquel modo solipsista de hacer política sin meterse en política: apoltronado en la columna del poder y con el puro en la boca, fue retratado en muchas ocasiones por Peridis en actitud de observar si aparecían brotes verdes en la economía. ¿Que no aparecían? “Otra vez será”, se encogía de hombros Mariano “piel de elefante” como le llamó Angela Merkel.

Ahora la poltrona ha cambiado impensadamente de inquilino, y todo se vuelven prisas. La consigna es de fuego graneado contra la política, contra toda política, contra cualquier política. Después de años de catatonía, es el momento de la hiperactividad. No importan los costes.

Allá que nos vienen de a montón, con todo y las cacerolas.