domingo, 17 de mayo de 2020

LEYENDAS: INSTRUCCIONES DE USO



Fotograma de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, de John Ford. Vera Miles y James Stewart.


Ayer colgué en FB una escena del ‘Liberty Valance’: la del filete, repleta de una carga de plomo y testosterona que no llega a estallar.

Podía haber elegido entre una docena de escenas igual de memorables. Toda la película está cuajada de ellas, rodada en un estado de gracia semejante, por ejemplo, a ‘El Padrino’ de Coppola o, en teatro, al ‘Hamlet’ de Shakespeare, donde todo se dispone de una forma tan memorable que, aun sin proponértelo, lo guardas en la memoria.

Podría haber elegido, quizás, la escena del cactus que Tom Doniphon (John Wayne) regala a Hallie (Vera Miles); o la de la tumultuosa convención para elegir candidato al Senado; o cuando Peabody, director y factótum de la Gaceta de Shinbone, apaleado hasta casi la muerte por Valance, imagina ya el titular del diario el día siguiente: «Liberty Valance se toma libertades con la libertad de prensa.»

O la mejor de todas, en mi opinión: cuando el abogado Random Stoddard (James Stewart) encuentra en el código penal el artículo aplicable a las fechorías de Valance y lo presenta a Hallie: «Lee, lee aquí, lo tenemos cogido.» «No puedo», dice ella. «¿Por qué?» «Porque no sé leer.» Y el hombre que matará a Liberty Valance comprende que debe emprender el duro camino del progreso y la modernidad de la aldea desde los primeros rudimentos: poner escuela, crear cultura y conciencia de comunidad en un grupo humano heterogéneo, juntado en un lugar cualquiera por el azar.

Shinbone, un poblacho del Oeste salvaje perdido en mitad de ninguna parte, no es un lugar mítico como Macondo. A pesar de una frase que ha sido muy repetida, del entierro de Doniphon, al final de la película. Dice el periodista (más o menos): «Esto es el Oeste. Si los hechos no coinciden con la leyenda, hay que atenerse a la leyenda». Y rompe en pedazos el papel con las notas que ha estado tomando.

Este lugar en el que vivimos ahora  sigue siendo el Oeste a casi todos los efectos. Las leyendas flotan y perduran, a despecho de la Historia. Pero lo que nos ha contado la película es otra cosa: nos ha contado paso a paso cómo nace una leyenda, y para qué.

Ford hace hincapié a lo largo del relato en el protagonismo colectivo de los habitantes del pueblo: los vaqueros polvorientos, los borrachines de fin de semana, los inmigrantes pacíficos que solo desean poder salir adelante con sus pequeños negocios, los granjeros expeditivos, los que viven por sus manos y los ricos. Y en la necesidad que todos ellos tienen de una leyenda, una bandera, a partir de la cual elevar a Shinbone, desde el lugar perdido en la geografía que era inicialmente, a la respetabilidad de una ciudadanía consciente de sí misma, activa en la participación en los asuntos trascendentes de un gran Estado.

Ransom Stoddard “no” mató al forajido que ejercía de muñidor de los intereses de los ganaderos que reclamaban “libertad” para sus intereses exclusivos; pero “sí” hizo muchas otras cosas, que sin la leyenda no habrían tenido ninguna resonancia, y tal vez tampoco ninguna consecuencia.

Esas muchas otras cosas, no las hizo enteramente solo, sino en compañía de otros. Y fue el colectivo recién emergido como ciudadanía en Shinbone, silencioso pero determinado, el que en definitiva y en último término acabó con la Pesadilla.