Fotograma de ‘El hombre que
mató a Liberty Valance’, de John Ford. Vera Miles y James Stewart.
Ayer colgué en FB
una escena del ‘Liberty Valance’: la del filete, repleta de una carga de plomo
y testosterona que no llega a estallar.
Podía haber elegido
entre una docena de escenas igual de memorables. Toda la película está cuajada
de ellas, rodada en un estado de gracia semejante, por ejemplo, a ‘El Padrino’ de
Coppola o, en teatro, al ‘Hamlet’ de Shakespeare, donde todo se dispone de una
forma tan memorable que, aun sin proponértelo, lo guardas en la memoria.
Podría haber
elegido, quizás, la escena del cactus que Tom Doniphon (John Wayne) regala a Hallie
(Vera Miles); o la de la tumultuosa convención para elegir candidato al Senado;
o cuando Peabody, director y factótum de la Gaceta de Shinbone, apaleado hasta
casi la muerte por Valance, imagina ya el titular del diario el día siguiente:
«Liberty Valance se toma libertades con la libertad de prensa.»
O la mejor de
todas, en mi opinión: cuando el abogado Random Stoddard (James Stewart) encuentra en el código
penal el artículo aplicable a las fechorías de Valance y lo presenta a Hallie:
«Lee, lee aquí, lo tenemos cogido.» «No puedo», dice ella. «¿Por qué?» «Porque
no sé leer.» Y el hombre que matará a Liberty Valance comprende que debe
emprender el duro camino del progreso y la modernidad de la aldea desde los
primeros rudimentos: poner escuela, crear cultura y conciencia de comunidad en
un grupo humano heterogéneo, juntado en un lugar cualquiera por el azar.
Shinbone, un
poblacho del Oeste salvaje perdido en mitad de ninguna parte, no es un lugar mítico
como Macondo. A pesar de una frase que ha sido muy repetida, del entierro de Doniphon, al
final de la película. Dice el periodista (más o menos): «Esto es el Oeste. Si los hechos no
coinciden con la leyenda, hay que atenerse a la leyenda». Y rompe en pedazos el papel con las notas que ha estado tomando.
Este lugar en
el que vivimos ahora sigue siendo el Oeste a casi todos los efectos. Las leyendas flotan y perduran, a despecho de la Historia. Pero lo que nos ha contado la película es otra cosa: nos ha contado paso a paso cómo nace una leyenda,
y para qué.
Ford hace hincapié a
lo largo del relato en el protagonismo colectivo de los habitantes del pueblo:
los vaqueros polvorientos, los borrachines de fin de semana, los inmigrantes
pacíficos que solo desean poder salir adelante con sus pequeños negocios, los granjeros expeditivos, los que viven por sus manos y los ricos. Y en la necesidad que todos ellos tienen de una leyenda, una bandera, a partir de
la cual elevar a Shinbone, desde el lugar perdido en la geografía que era
inicialmente, a la respetabilidad de una ciudadanía consciente de sí misma, activa
en la participación en los asuntos trascendentes de un gran Estado.
Ransom Stoddard “no”
mató al forajido que ejercía de muñidor de los intereses de los ganaderos que
reclamaban “libertad” para sus intereses exclusivos; pero “sí” hizo muchas
otras cosas, que sin la leyenda no habrían tenido ninguna resonancia, y tal vez
tampoco ninguna consecuencia.
Esas muchas otras cosas, no las hizo enteramente solo, sino en compañía de otros. Y fue el colectivo recién emergido como ciudadanía en Shinbone, silencioso pero determinado, el que en definitiva
y en último término acabó con la Pesadilla.